MORANDI
Giorgio Morandi nació en Bologna, un día seco y frágil. Su padre creía haber visto un niño en sus sueños y le pusieron Giorgio antes de su nacimiento. Al cabo de 20 años el joven Morandi tuvo que exilarse a Buenos Aires, por la dictadura fascista italiana. Llegó al puerto de Río de la Plata, el mismo día en que Django Reinhardt, al otro lado del continente, perdía un trozo de su mano en el incendio de su Roulotte. A partir de aquí el guitarrista gitano francés, tuvo que inventarse un nuevo sistema para deslumbrar a la bohemia Parisina, creando así un tipo de guitarra.
Morandi podía haber oído alguna vez a Django, porque su hermano menor, era un trombonista que tocaba jazz en locales de Bologna, pero nunca se hubiera imaginado que se llegarían a encontrar casualmente en un ascensor, 30 años después en unas oficinas de Marseilla.
Pero Morandi, por aquellos tiempos, ni siquiera conocía la gran creación de los tres grandes del be-bop. Y si ya se dedicaba a pintar, no podría haber hecho aún ninguna obra escuchando música.
El caso es que Morandi, a sus 20 años, llegaba a una ciudad grandiosa y parnasiana para muchos de los que llegaban. Debía ser un mayo rojo y húmedo, que daba a la ciudad un tono vino. Se hospedó en un albergue, en Santa Fe con Rodriguez Peña. En ese entonces ya llevaba algunas botellas en su maleta, y nomás llegar repartió su utensilios en la habitación transformando así su morada en un taller de cubista. Su primer autorretrato es del 1925, con claras influencias impresionistas, y de pintores italianos, como Uccelo, Massaccio o Giotto.
A las dos semanas, el joven italiano, había conocido una muchacha platense, cantaora de flamenco (gallega) en un local para gauchos de los barrios bajos. Era morena, cabellera negra, ojos miel y labios finos. Al enterarse esta de la vocación de Giorgio, le puso en contacto con artistas y pintores argentinos de la época. Pero fue rechazado por su triste concepción del lienzo.
14 años más tarde, Morandi volvió a Italia al acabarse la II Guerra Mundial, dejándole una hija (Alba), sin saberlo, a la cantaora gallega. Esta, no tardó en encontrar un nuevo padre con quien criar a su niña; un joven mozo (Alfredo), aficionado a la golfería (hacer el golfo), jugador y apostador, buenachón, con quien acabaría teniendo un hijo y otra hija más. La cantaora pudo convencer a Alfredo, para que sus hijos todos llevaran el nombre del pintor italiano. Así que Alberto, Alba y Teresa, se criaron en una casa de techo bajo de Buenos Aires, apellidándose Morandi. Alba, la más mayor ( hija de Giorgio), se hizo maestra de literatura, igual que su hermanastro Alberto, que fue a parar a Neuquén impartiendo clases a jóvenes de la calle y a indígenas. Pero Teresa, la pequeña, hubo de huir del país, dando a luz dos hijos antes de irse para España.
Pero lo que de verdad no se esperaba nunca la gallega (la pura), era que en el año 1995, Giorgio Morandi y su esposa italiana (Finzi di Singamo) se encontraran con su nieto, un tal Diego, en un salón de Baile de la ciudad de Amsterdam, al intentar robarle este la cartera a la señorita di Singamo.
Morandi podía haber oído alguna vez a Django, porque su hermano menor, era un trombonista que tocaba jazz en locales de Bologna, pero nunca se hubiera imaginado que se llegarían a encontrar casualmente en un ascensor, 30 años después en unas oficinas de Marseilla.
Pero Morandi, por aquellos tiempos, ni siquiera conocía la gran creación de los tres grandes del be-bop. Y si ya se dedicaba a pintar, no podría haber hecho aún ninguna obra escuchando música.
El caso es que Morandi, a sus 20 años, llegaba a una ciudad grandiosa y parnasiana para muchos de los que llegaban. Debía ser un mayo rojo y húmedo, que daba a la ciudad un tono vino. Se hospedó en un albergue, en Santa Fe con Rodriguez Peña. En ese entonces ya llevaba algunas botellas en su maleta, y nomás llegar repartió su utensilios en la habitación transformando así su morada en un taller de cubista. Su primer autorretrato es del 1925, con claras influencias impresionistas, y de pintores italianos, como Uccelo, Massaccio o Giotto.
A las dos semanas, el joven italiano, había conocido una muchacha platense, cantaora de flamenco (gallega) en un local para gauchos de los barrios bajos. Era morena, cabellera negra, ojos miel y labios finos. Al enterarse esta de la vocación de Giorgio, le puso en contacto con artistas y pintores argentinos de la época. Pero fue rechazado por su triste concepción del lienzo.
14 años más tarde, Morandi volvió a Italia al acabarse la II Guerra Mundial, dejándole una hija (Alba), sin saberlo, a la cantaora gallega. Esta, no tardó en encontrar un nuevo padre con quien criar a su niña; un joven mozo (Alfredo), aficionado a la golfería (hacer el golfo), jugador y apostador, buenachón, con quien acabaría teniendo un hijo y otra hija más. La cantaora pudo convencer a Alfredo, para que sus hijos todos llevaran el nombre del pintor italiano. Así que Alberto, Alba y Teresa, se criaron en una casa de techo bajo de Buenos Aires, apellidándose Morandi. Alba, la más mayor ( hija de Giorgio), se hizo maestra de literatura, igual que su hermanastro Alberto, que fue a parar a Neuquén impartiendo clases a jóvenes de la calle y a indígenas. Pero Teresa, la pequeña, hubo de huir del país, dando a luz dos hijos antes de irse para España.
Pero lo que de verdad no se esperaba nunca la gallega (la pura), era que en el año 1995, Giorgio Morandi y su esposa italiana (Finzi di Singamo) se encontraran con su nieto, un tal Diego, en un salón de Baile de la ciudad de Amsterdam, al intentar robarle este la cartera a la señorita di Singamo.